A primera vista, los alrededores del puerto de Oslo en una tarde soleada de septiembre parecen sacados de una postal. Algunos valientes se zambullen en el frío mar del Norte tras una sesión de sauna; otros se deslizan a gran velocidad en el agua con esquíes acuáticos mientras esquivan a decenas de kayaks. Las terrazas junto al museo de Edward Munch rebosan de comensales y marisco. Desde el tejado del imponente edificio de la Ópera, cientos de turistas contemplan el paisaje: un fiordo majestuoso salpicado de embarcaciones, una imagen casi perfecta que solo queda empañada por las grúas del puerto; esas que con cada vez más frecuencia descargan contenedores con cocaína bajo la atenta mirada de bandas criminales suecas que se expanden por Noruega.
El consumo de esta droga se ha disparado en el país nórdico desde el fin de la pandemia, mientras las bandas procedentes de Suecia se expanden por el territorio
A primera vista, los alrededores del puerto de Oslo en una tarde soleada de septiembre parecen sacados de una postal. Algunos valientes se zambullen en el frío mar del Norte tras una sesión de sauna; otros se deslizan a gran velocidad en el agua con esquíes acuáticos mientras esquivan a decenas de kayaks. Las terrazas junto al museo de Edward Munch rebosan de comensales y marisco. Desde el tejado del imponente edificio de la Ópera, cientos de turistas contemplan el paisaje: un fiordo majestuoso salpicado de embarcaciones, una imagen casi perfecta que solo queda empañada por las grúas del puerto; esas que con cada vez más frecuencia descargan contenedores con cocaína bajo la atenta mirada de bandas criminales suecas que se expanden por Noruega.
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